Todos los años las vemos con su paso lento cruzar caminos, calles y carreteras. Con su lenta procesión, de ahí deriva su nombre, enganchadas una a una y formando largas filas, estas orugas tan temidas, siguen su camino del pino, hasta la tierra. Su misión no es otra que adentrarse en la misma para proceder al último paso de su ciclo vital: convertirse en capullos que, posteriormente, dejaran salir a la polilla en la que se convierten. Quien más y quien menos, conoce a estas orugas aunque solo sea de oídas. Aunque es fácil cruzarse con ellas cada primavera en parques o zonas arboladas en las que el pino o el cedro sea el protagonista.
A pesar de conocer, al menos de nombre, a este popular insecto y no por sus bondades, realmente sabemos poco sobre su ciclo vital y los daños que puede ocasionar. Considerada como una plaga recurrente en numerosas regiones del planeta, sobre todo las que gozan del clima mediterráneo o de montaña, se trata de unas orugas que afectan a los bosques de pinos y cedros por norma general. Esta plaga es perfectamente capaz de provocar importantes daños a los árboles al mismo tiempo que suponen un peligro para la salud de personas y animales.
Para conocer todo lo relativo a la procesionaria del pino, así como su ciclo vital, no hemos dudado en consultar con expertos en la materia. Concretamente en los responsables de realizar controles del plagas de Control Plag Sanidad Ambiental que nos han facilitado el nombre real de esta particular oruga: un lepidóptero llamado Thaumetopea pityocampa. Aunque seguramente nunca utilicemos esta denominación, porque seguirá siendo conocida como la procesionaria del pino ni tengamos la menor idea de lo que es un lepidóptero.
El origen de la plaga
Esta archiconocida oruga, de color marrón oscuro, oscila los tres o cuatro centímetros de longitud, cuenta con una banda dorsal blanca y una serie de pelos urticantes en su cuerpo. Con urticantes queremos decir que producen reacciones de diversa severidad al contacto con la piel.
El origen de la procesionaria del pino es Europa, aunque en la actualidad, se ha extendido a diferentes partes del globo, incluida zonas tan diversas en cuestión de clima, como África, América del Norte y Asía. Se trata de una plaga de gran resistencia, perfectamente capaz de adaptarse a las diferentes condiciones climáticas y del sueño. Por si esto fuera poco, su capacidad reproductiva es muy pero que muy elevada, lo que permite una rápida y fácil propagación.
Especialmente habitual y común en toda la cuenca mediterránea, gracias a los veranos cálidos y secos que la definen, junto a los inviernos suaves y húmedos que favorecen su proliferación, cada vez mayor. Sin olvidar que el pino es uno de los arboles más comunes en estas zonas, donde encuentran su cobijo, pueden alimentarse y reproducirse a sus anchas.
Aunque lo más habitual es pensar en las consecuencias que la procesionaria tiene para la salud en caso de contacto, no está de más, conocer en qué medida, afectan a los árboles. En este sentido, ocasionan daños a las diferentes partes del mismo: desde las hojas hasta el tronco pasando por las ramas. Las orugas encuentran su alimento en la agujas de los pinos y cedros en los que anidad. Esto produce en ellos una defoliación importante que hace que pierdan su capacidad para realizar la fotosíntesis como corresponde, por lo que inhibe su capacidad para crecer y desarrollarse de forma adecuada. Por otro lado, también pueden dañar los brotes de los árboles, debilitándose y tornándose más susceptibles a su vez, a otras enfermedades y plagas.
Para las personas y animales, suponen un problema, a consecuencia de los pelillos urticantes que recubren su cuerpo. Estos pelillos, pueden ocasionar alergias y reacciones en la piel, ojos y sistema respiratorio, tanto en personas como en animales. En este último caso, las lesiones pueden ser de tal gravedad que el animal pueda perder la vida si no se le trata a tiempo. En caso de padecer alergia, las lesiones producidas se agravan considerablemente, tanto en humanos como animales. Uno de los problemas que representan los pelillos, es que se desprenden del cuerpo de la oruga con suma facilidad, lo que permite que el aire transporte a los mismos, ocasionando problemas a las personas y animales que estén cerca. Esto sin necesidad de entrar en contacto directo con la oruga.
Con objeto de combatir esta plaga que se produce de forma anual, existen diferentes técnicas a utilizar por los profesionales del control de plagas. Una de las técnicas que ha mostrado mayor efectividad para controlar esta plaga tan molesta, es utilizar trampas de feromonas sexuales. Las mismas, emiten una sustancia química capaz de atraer a los machos e impidiendo su reproducción. De tal manera que se ve reducida su población.
Otra de las técnicas más utilizadas, es la poda selectiva de todas aquellas ramas del árbol que se vean afectadas. Con esta medida se evita que los nidos se propaguen a otros árboles. Además de recurrir a otra suerte de productos químicos como insecticidas o fungicidas, lo que al mismo tiempo, puede resultar negativo para el medio ambiente y la salud de las personas y animales que estén cerca. Razón por la que se suele recurrir a las otras técnicas menos agresivas.
Un ciclo vital curioso y complejo
Conocido lo básico sobre la procesionaria, el problema que supone y las posibles maneras de atajarlo, hemos considerado que esta oruga cuenta con un ciclo vital curioso, por lo que hemos decidido incluir en este artículo algunos aspectos sobre el mismo.
Como es posible comprobar, en los meses de enero y febrero, quizá antes, es posible observar en las copas de los pinos y cedros, unas bolsas blancas con aspecto de tela de araña. Es fácil preguntarse de que se trata, puede ser un hongo, el rastro de las arañas… quien sabe. Sin embargo, nada tiene que ver con lo citado. Se trata de los nidos de la temida procesionaria del pino. Observar estas peculiares bolsas en las ramas de los árboles, son un claro indicador de que no tardaremos mucho en ver a las hileras de orugas que tan poco nos gustan, avanzado en procesión camino del suelo y de un lugar mejor.
En realidad, la procesionaria del pino, es una polilla o mariposa nocturna autóctona que tiene un ciclo vital bastante complejo, aunque solo nos acordamos de ella cuando hace su acto de aparición en modo oruga urticante.
Su ciclo vital en rasgos generales se produce de la siguiente manera:
En primer lugar, se origina el nacimiento de las arnas o colmenas. Esto es cuando llegan los calores estivales, las pupas que han pasado el invierno y la primavera enterrados, se transforman en polillas adultas que nacen durante el día. Al atardecer, estas polillas recién nacidas, se activan y suben volando a las copas de los pinos, lugar en el que se dedican a colocar sus huevos.
Estos huevos, eclosionan sobre las hojas de la planta hospedadora, en este caso las agujas del pino. Las orugas se alimentan de sus hojas alargadas y finas, para crecer rápidamente. El desarrollo de las mismas, se compone de cinco estadios. En cada uno de ellos, se muda la piel para crecer y se visten de una tonalidad diferente: primero verde, después rosado, siguen con un rojizo y al final, el negro con su particular banda de pelos naranja en el lomo y blancas en los laterales. Estos últimos estadios de su ciclo, son los más voraces, haciendo que los árboles pierdan gran cantidad de hojas.
Las orugas, desde su nacimiento con la eclosión del huevo, se agrupan en las citadas bolsas sedosas. Al principio es fácil que pasen desapercibidas, pero cuando el otoño toca a su fin, son lo suficientemente grandes como para poder verlas, en las puntas de las ramas. Estas bolsas de peculiar aspecto, son esenciales para que las orugas no mueran de frio, puesto que son el refugio que han creado. Durante su crecimiento, se desarrollan esos pelos urticantes, tan temidos, que las protegen de cualquier posible depredador.
Cuando pasa el frio y llega el buen tiempo, estas orugas descienden de los árboles en su peculiar fila india. De tal modo que emulan una procesión, comportamiento exclusivo que las concede el nombre por el cual las conocemos. Las procesionarias siempre son lideradas por hembras que dirigen al grupo al entierro. Cuando llegan al lugar adecuado, se entierran a unos quince o veinte centímetros de profundidad, donde dejan de estar a la vista y, por lo tanto, de ser un riesgo. Una vez bajo tierra, forman los capullos en los cuales, mudan a crisálidas, entran en fase de dormición y esperan su momento. Cuando llegan las condiciones óptimas para ellas, es decir en verano, emergen como mariposas. Lo mejor (o peor, según se mire) es que después de tanto tiempo bajo tierra, estas polillas, viven como media, un día. Durante ese tiempo, lo único que hacen es fecundar y poner huevos, de tal manera que el ciclo se vuelva a iniciar.
Sin duda, se trata de un ciclo vital bastante peculiar. Algo que en el mundo de los insectos es habitual, pero a los humanos, resulta tan fascinante como inquietante.