La ropa deportiva está en auge

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Hace un par de años, empecé a moverme un poco más porque me sentía cansada, me dolía todo y, sobre todo, porque veía que me estaba dejando. Un día me levanté, me miré al espejo y pensé: “Si no hago algo ahora, no lo voy a hacer nunca”. Tenía 35 años y pesaba 100 kilos. Y aunque todavía me veía con 20 años, mi cuerpo me estaba recordando cada día que el tiempo pasaba.

Lo primero que hice fue ponerme el viejo chándal que tenía en el armario. No era nada especial, uno gris que había sobrevivido a años de lavados y que estaba medio dado de sí. Me lo puse con toda la ilusión del mundo y salí a andar rápido. Aguanté un rato, sí, pero a los pocos días me di cuenta de que me estaba haciendo rozaduras horribles en las piernas. No podía ni seguir andando sin sentir dolor. Me frustré un montón porque yo estaba motivada, pero al mismo tiempo el cuerpo me decía: “así no puedes”.

Luego pensé que igual el problema era la edad del chándal, que ya estaba muy viejo, y fui a la típica tienda barata del barrio. Me compré un conjunto que me costó poco más de veinte euros, pensando que con eso bastaría. Me duró exactamente dos semanas. A la segunda vez que fui a correr, la entrepierna ya estaba rota. Y me dio rabia, porque no era cuestión de dinero, sino de sentir que no estaba tomando en serio este cambio que quería hacer en mi vida.

Ahí me di cuenta de que la ropa deportiva puede marcar la diferencia en tu entrenamiento.

 

A raíz de aquello, empecé a buscar información

Me pasé tardes enteras mirando webs, comparando, leyendo reseñas y preguntando a gente que ya hacía deporte. Descubrí que, al contrario de lo que pensaba, la ropa deportiva está diseñada para que el cuerpo pueda moverse, transpirar, evitar heridas y, sobre todo, para que uno se sienta cómodo mientras entrena.

Ahí entendí que, si de verdad quería cambiar, tenía que invertir un poco más en mí. No hablo de gastarse un dineral, porque hay precios para todos los bolsillos, pero sí de pensar que no se trata de un gasto, sino de algo que me iba a permitir seguir sin rendirme.

Encontré tiendas online especializadas donde podía leer las características de cada prenda, ver opiniones y comparar calidades. Recuerdo que una de ellas, Compradeporte, decía algo que se me quedó grabado: “antes de comprar la ropa deportiva, hay que fijarse siempre en dos cosas básicas: el tipo de tela y el ajuste. Si la tela no transpira, al tercer día estás empapada y molesta. Y si el ajuste no es el correcto, acabas con rozaduras o prendas que se rompen enseguida”. Puede parecer obvio, pero yo lo aprendí a base de golpes.

Cuando empecé a usar camisetas transpirables y mallas con costuras reforzadas, dejó de hacerme daño ni se me rompía. Podía centrarme en moverme, sudar y sentir que estaba avanzando, esta vez de verdad.

 

Los primeros cambios en el cuerpo y en la cabeza

Al principio, confieso que lo hacía con cierta desconfianza. Yo siempre había sido la típica que empezaba algo y lo dejaba. Me apuntaba al gimnasio en septiembre y en octubre ya no iba. Compraba DVDs de pilates y los veía un par de veces. Así que me daba miedo volver a abandonar.

Pero esta vez fue distinto. Creo que la diferencia estuvo en que no me puse metas imposibles. No dije: “quiero estar como las modelos de Instagram”. Mi objetivo era sencillo: sentirme mejor conmigo misma. Y poco a poco empecé a notar cambios.

Los primeros días eran durísimos. Volvía con agujetas, agotada, pensando que no iba a poder seguir. Pero luego, de repente, un día me di cuenta de que podía subir las escaleras de casa sin ahogarme. Otro día, al pesarme, vi que había bajado un kilo. Y poco a poco, sin darme cuenta, esos pequeños logros se fueron sumando.

Hoy, después de más de un año, he perdido 20 kilos. He pasado de 100 a 80. No voy a decir que fue fácil, porque no lo fue. Hubo días de lluvia en los que no me apetecía salir, días en los que me dolía todo el cuerpo y me costaba ponerme las zapatillas. Pero seguí, y creo que una de las claves fue que dejé de ponerme excusas. Si llovía, hacía algo en casa. Si me dolía, caminaba en vez de correr. Y si un día comía más de la cuenta, al siguiente volvía a la rutina.

De repente tenía más energía, más ganas de hacer cosas, dormía mejor y, sobre todo, empecé a confiar más en mí.

 

Cualquier edad es buena para empezar

Algo que aprendí y que me gustaría recalcar es que nunca es tarde para empezar. Yo pensaba que a los 35 ya estaba mayor para meterme en estas cosas. Me decía: “esto es para chicas de 20, yo ya estoy fuera de onda”. Pero estaba totalmente equivocada.

La edad no importa tanto como creemos. He visto gente de 60 años en el parque corriendo más que yo. Y también he visto jóvenes de 18 que no aguantan ni diez minutos. La diferencia está en la constancia, no en el calendario.

Si algo me ha enseñado esta experiencia es que no hay un momento perfecto para empezar, ni un cuerpo perfecto, ni un peso perfecto. El único momento es ahora. Y si esperas a estar “lista”, no lo estarás nunca. Yo lo hice con mis kilos de más, con mis inseguridades, con mi ropa vieja y mis rozaduras. Y poco a poco fui mejorando.

El cuerpo se adapta mucho más rápido de lo que creemos. A veces pensamos que nunca podremos correr, que nunca perderemos peso o que siempre estaremos cansadas. Y no es verdad. Con paciencia y constancia, el cuerpo responde. Y, además, te sorprende.

 

Perder peso fue solo una parte del cambio

Lo más importante fue lo que pasó en mi salud. Antes me dolían las rodillas, tenía la tensión alta y me sentía agotada todo el tiempo. Ahora, mis análisis están mejor que nunca. Tengo más fuerza, más resistencia y, sobre todo, más ganas de hacer cosas.

El deporte también me ha ayudado a liberar la cabeza. Cuando salgo a caminar o a correr, dejo atrás el estrés del trabajo, los problemas y las preocupaciones. Es como un respiro, un momento para mí. Y eso, en un mundo en el que siempre vamos corriendo, vale oro.

Otra cosa que me sorprendió es que empecé a comer mejor sin obligarme demasiado. Antes devoraba bollería, fritos y refrescos. Y sí, de vez en cuando me doy un capricho, pero ya no siento esa necesidad diaria. Es como si el cuerpo, al moverse, me pidiera otra cosa. Ahora disfruto más de una ensalada fresca o de una fruta. Y lo digo yo, que antes odiaba todo lo que sonara a “comida sana”.

 

No rendirse es la clave

Hubo días en los que pensé en dejarlo. Me acuerdo especialmente de un día en invierno, con frío y lluvia, en el que no quería salir de casa. Me quedé mirando las zapatillas y pensé: “da igual, hoy no pasa nada si no salgo”. Y sí, no pasa nada un día, pero me acordé de todas las veces que había empezado algo y lo había dejado. Así que me obligué a salir, aunque fuera solo diez minutos. Y cuando volví, me sentí orgullosa.

Ese orgullo de no rendirse es adictivo. Te das cuenta de que eres capaz de más de lo que pensabas. Y, de repente, empiezas a aplicar esa mentalidad en otras áreas de la vida. En el trabajo, en las relaciones, en todo. Porque si puedes superar un entrenamiento que parecía imposible, puedes con muchas otras cosas.

Creo que esa es la gran enseñanza del deporte: te enseña disciplina, constancia y a no rendirte. Y eso se traslada a todo lo demás.

 

Sigue adelante siempre

Hoy, mirando atrás, me alegro de no haberme quedado en el sofá. Me alegro de no haber dejado que las rozaduras del chándal viejo me pararan. Me alegro de haber invertido un poco más en ropa deportiva que me acompañara en este camino.

He perdido 20 kilos, sí, pero lo más importante es que he ganado vida. Y ahora, con 80 kilos, me siento mucho mejor que con 100. No pienso parar. No se trata de llegar a una meta y ya está, se trata de seguir, de mantener este estilo de vida que me hace sentir viva.

Si alguien que me lee ahora mismo está dudando, mi consejo es que empiece ya. Con lo que tenga, aunque sea poco, aunque sea lento. Porque no importa dónde estés, lo importante es dar el primer paso. Y luego el siguiente. Y, cuando menos te lo esperes, mirarás atrás y verás todo lo que has conseguido.

Nunca pensé que yo sería esa persona que diría esto, pero aquí estoy: la ropa deportiva está en auge, sí, pero más allá de la moda, lo que realmente está en auge es la posibilidad de cambiar tu vida cuando decides hacerlo.

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